Yo soy un humilde carpintero,
al que lo han buscado para construir un sueño.
Me dijeron: «Quiero que me hagas una torre
que suba a las estrellas para yo poder tomarlas
y regalárselas a mi doncella».
Al oír aquello, me dije yo:
«¿quién podría cumplir esa tarea?».
Si cualquiera pudiera,
entonces todo el mundo lo haría sin problemas.
Si estuviera en mi poder,
no solo la torre construyera,
sino que me haría rico vendiendo las estrellas.
Pero no fui muy justo que digamos.
Pensé que estaba loco el hombre que vino con el recado y,
hablando por hablar, le dije que yo puedo y lo he timado.
Le dije que sí y no sé qué voy a hacer.
¿Dónde encontraré madera alguna que llegue al cielo?
Solo con tal cosa yo podría alcanzar las estrellas,
y las traería entre mis brazos para venderlas como prendas.
Si les soy sincero,
no sé cómo me las arreglaré.
Pues no sé dónde compraré aquello que necesito.
He tomado mi martillo, los maderos y cuanto utilizo,
y por más que me afano,
no alcanzo las estrellas,
tan hermosas y pequeñas,
tan grandes y bellas.
Todas ellas, preciosas,
como luceros que vuelan.
Si me dejo de poesías,
les seré muy sincero.
Ya no sé qué voy a hacer ni qué le diré a este señor.
Que piensa y fantasea con que le construyo una torre,
una escala soberbia que vencerá al horizonte.
No siempre podemos cumplir lo que prometemos.
Y, a lo mejor, si yo intentara, fallaría de nuevo.
Pero el loco me dio pena y no quise importunarlo:
le dije que podía, aunque sabía que era un fiasco.
Yo soy el carpintero que vende las estrellas.
El día que las alcance, me haré dueño de ellas.