Libre patria

¡Oh libre patria!, ¡Santa tierra de héroes!,
tú que con ropas blancas te vistes el 27 de febrero para recordar épocas de opresión y maltrato,
te gozas en ti misma al vivir hoy sin el yugo de occidente,
sin los controles de ninguno que atente contra tu canto.

Los Tres Grandes extendieron tus alas con el trabucazo,
en aquel segundo tu pueblo se alzó:
fue tanta la sangre y los hombres inmolados,
que el triunfo ideado encontró construcción.

Las mujeres también fueron grandiosas soldadas y en ellas la ayuda nunca faltó:
un vaso de agua, municiones en sus faldas,
fueron gestos de afecto a favor de tu creación.

Los tiranos temblaron y se estremecieron al ver el valor de tu población,
y el fuego abrazante que tú motivaste ardió sobre ellos hasta ver su extinción,
haciendo memorable como el firmamento la unión que acarreaste en una rebelión,
revuelta dichosa, perenne y gloriosa que hoy forma parte de nuestra nación.

Más de un siglo ha acaecido desde aquel entonces y la valentía aún continúa en nuestro interior,
el furor todavía arde en nuestros corazones y el amor y el apego permanecen con pasión,
al recordar el sacrifico, la célebre entrega, de nuestros ancestros que fundaron esta nación,
la libre patria que nos compete desarrollar y proteger,
la santa tierra que por siempre hemos de enaltecer.

Espejismo

La lluvia cae de las estrellas,
bajo el árbol de cristal estoy sentado idealizándome,
dibujando y borrando pensamientos
de las complejas galaxias de mente sin comparación.

Lobos, zorros y perros me rodean en mudez,
se miran entre sí con sus ojos destellantes,
de brillos verdes, de reflejos rojos,
gruñen y ladran por saber quién me acompañará al camino del adiós.

Las bestias corren,
los rayos caen sin descanso de las nubes negras,
y los truenos retumban como tambores indios,
el fuego quema mi rostro, mis huellas no existen más.

El suelo se quiebra,
el humo emerge de lo profundo sobrio,
sin mezclas, nubla el sendero que lleva al gran balcón,
en el que la salida se esconde disfrazada de anaconda de oro clavada al muerto árbol.

Mis manos lo alcanzan,
se sujetan de sus ramas y aprietan el cuello de la serpiente maldita,
suena su lengua, resplandecen sus ojos,
y me muerde, salvaje y letal,
envenenándome completo con sus jugos extraños.

Dolor, agonía,
todo empieza a iluminarse a mi alrededor;
oigo gritos, siento golpes,
recuerdo memorias de tiempos antiguos;
Mis pupilas se dilatan, tiemblo solitario,
otra vez respiro al ver que fue un sueño,
una ilusión, un engaño irreal,
una mentira del tiempo y la soledad.

Vendiendo las estrellas

Yo soy un humilde carpintero, al que lo han buscado para construir un sueño. Me dijeron: «Quiero que me hagas una torre  que suba a las estr...