Escapo de tus manos

Tus manos no pueden atarme,
mariposa adorada hoy me aparto de ti,
mi marcha solo deja memorias gastadas,
dolor inefable, magno sufrir.

Me observas de lejos doliente y solitaria,
no actúas torturada por el horrendo saber,
de que mi voz no sonará nunca más en tu casa,
de que mi ser no volverá a caminar por allí.

Por mar me dirijo a la tierra del olvido,
adiós mi amada, me es tormentoso decir,
que siempre yo supe de mi vil enemigo,
tu fiel amigo al que diste tu lis.

De ahora en adelante andaré entre amapolas,
entre rosas y lirios de estima mayor,
seré su señor y tú estarás sola,
lo siento querida, tu juego falló.

Ni Gea ni Rea podrán hacer nada,
ni Zeus ni Atena cambiarán mi decisión,
ni Eros ni Afrodita avivarán en mi alma,
el altar profanado con tu sucia traición.

Lo siento mi amada, lo siento mi amada,
tu anhelo irreal jamás se dará,
mejor sal corriendo a rogar bien hincada,
a que Dios te perdone tu erróneo obrar.

Tu abrazo no puede atarme,
escapo de tus manos y vuelvo a comenzar.

Estar contigo

Rozas tus manos por mi rostro,
por el pecho trigueño en el que late un corazón.
Tus cabellos castaños caen,
llueven al vacío mientras el silencio muere,
y los pasos del tiempo se detienen en el espacio inmortal.

Rozamos los rostros mejilla con mejilla,
la tuya suave, la mía barbuda,
nos respiramos al oído con paz, en contemplación,
aguardando el próximo movimiento de nuestros carnales cuerpos.

Mis manos tocan tus caderas,
te abrazas a mí en espera,
 el líquido desciende de la bóveda celeste,
reímos como tontos,
encontrando las miradas cargadas de furor.

Nos erizamos completos,
el escalofrío llega hasta nuestros labios rosados;
los tocamos con un dedo,
y sudorosas nuestras manos mojan nuestras ropas mundanas;
calor asfixiante, roce de pechos, es una locura el momento vivido.

Caemos al suelo con las piernas enredadas,
nos miramos solos en el medio de la tierra;
temo, cuánto temo,
perderte mi amor en las sendas del mundo.

Lejanía

Mi espíritu siente tu luz potente y sencilla,
seráfica joven de andanzas delicadas,
me corrompes con atmósfera crepuscular,
llenando de magia las sendas de mi vida,
dominando con cronoquinesis las horas del espacio.

Agonía me llena cuando nos hacemos distantes,
y el dolor de la lejanía no me deja ver la luna o el sol;
complejo es el juego del amor, s
ecreto es el plan de la existencia.

En el horizonte tu silueta se dibuja de diamante,
y el terreno entre nosotros se reduce a nada:
el sudor brota, como arroyos imparables,
tiemblan nuestras manos,
todo cuanto forma la morada del ánimo.

Surge el magnetismo y nos acercamos sensuales,
nuestras miradas queman como fuego de los astros,
y un beso nos arranca, el respiro anhelante,
ahogándonos en el silencio como los únicos habitantes,
como aquellos que se aman cercanos y distantes.

Vendiendo las estrellas

Yo soy un humilde carpintero, al que lo han buscado para construir un sueño. Me dijeron: «Quiero que me hagas una torre  que suba a las estr...