No se encuentran cerca, la vida los ha llamado,
el viento sopla sereno, la luz se esparce como espuma,
el nido yace vacío, el canto no se vuelve a escuchar y degustar.
La madre se posó sobre el tronco una tarde,
tenía una rama en su pequeño pico,
trabajó varios días en silencio incansable,
la morada de su deseo alzó con ahínco.
Extendió sus alas cuando me descubrió mirándole,
como quien dice “¡lejos!, es mi hogar, lecho de los míos”,
yo solo pude verla cautelosa y radiante,
con su collar negro y ojos titilantes,
que la hicieron musa para mis sentidos carnales,
chispa que enciende el pensamiento creativo.
el viento sopla sereno, la luz se esparce como espuma,
el nido yace vacío, el canto no se vuelve a escuchar y degustar.
La madre se posó sobre el tronco una tarde,
tenía una rama en su pequeño pico,
trabajó varios días en silencio incansable,
la morada de su deseo alzó con ahínco.
Extendió sus alas cuando me descubrió mirándole,
como quien dice “¡lejos!, es mi hogar, lecho de los míos”,
yo solo pude verla cautelosa y radiante,
con su collar negro y ojos titilantes,
que la hicieron musa para mis sentidos carnales,
chispa que enciende el pensamiento creativo.
Las hojas nacieron y durante días fui vigilante,
el tiempo y sus hijos crecieron sin freno,
preciosas aves de ojos y gargantillas se volvieron,
a aquel ciclo de la vida le llegaba su tiempo.
La madre salía de vez en vez,
y el padre en intervalos les traía algún alimento:
volvieron a crecer, esta ocasión para marcharse,
para andar al amplio mundo promesa de los sueños.
Hoy el nido está vacío y mi regocijo desfallece,
no resuenan los cantos en mi ventana,
ni el movimiento de alas o la danza de las hojas,
el verano arribó y el árbol yace erguido,
mas los hijos del viento me faltan desde mi alcoba.
El silencio brama como brisa lejana,
el nido ya no es teatro de dramas familiares,
el techo de hojas resplandece,
mi corazón entristece por su ausencia natural:
los hermanos no están y quizás no regresen.
Es el adiós para mí el que ama y sólo observa,
el que espera por lo pronto la próxima primavera,
un futuro que tal vez me devuelva con creces,
los amores que atesoro con empeño en mi mente.
el tiempo y sus hijos crecieron sin freno,
preciosas aves de ojos y gargantillas se volvieron,
a aquel ciclo de la vida le llegaba su tiempo.
La madre salía de vez en vez,
y el padre en intervalos les traía algún alimento:
volvieron a crecer, esta ocasión para marcharse,
para andar al amplio mundo promesa de los sueños.
Hoy el nido está vacío y mi regocijo desfallece,
no resuenan los cantos en mi ventana,
ni el movimiento de alas o la danza de las hojas,
el verano arribó y el árbol yace erguido,
mas los hijos del viento me faltan desde mi alcoba.
El silencio brama como brisa lejana,
el nido ya no es teatro de dramas familiares,
el techo de hojas resplandece,
mi corazón entristece por su ausencia natural:
los hermanos no están y quizás no regresen.
Es el adiós para mí el que ama y sólo observa,
el que espera por lo pronto la próxima primavera,
un futuro que tal vez me devuelva con creces,
los amores que atesoro con empeño en mi mente.
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