Yo soy

Entre el cielo y el mar, soy tierra abonada,
Entre la luz y lo oscuro, crepúsculo de paz,
Entre el rayo y el trueno, relámpago en el firmamento:
De lo mundano y lo divino, sabiduría tengo.

Yo soy quien no fui,
Quien no era y será,
El que escribe los secretos,
El que canta su cantar.

Mira el campo y en él verás tú mis obras;
Los muñecos que corren hechos de arcilla,
Los valles y cavernas chapadas en mármol;
Quiera yo que me agraden, no sea que a deshora,
Los destruya y rehaga con otra esencia y forma.

Yo soy quien no fui,
Quien no era y será,
El que escribe los secretos,
El que canta su cantar.

De una chispa me alimento,
De mi propia energía,
Para crear lo que deseo,
Lo que complace mi vista. 

No soy único y sin embargo, la soledad me acompaña,
Recordándome siempre mi razón de existir:
Yo mismo y mi deseo de crear lo no hecho,
Que toma forma en mi mente y surge de mi pensamiento.

Te miro desde lejos

Te miro desde lejos viéndote lejana,
osada y vanidosa como joya de faraón,
deseando mil veces que sometas este cuerpo;
que no duerme, no descansa, no respira ni le alcanza,
el tiempo de esta vida que se esparce como llamas,
para poder amarte a ti, oh mi dulce enamorada.
 
Jugando el dulce juego del amor y la vida,
corriendo cuales lobos en búsqueda de la felicidad,
ardiendo como volcanes que estallan con estruendo,
mantenemos el encanto, el aire de nuestros sueños.
 
Yo sé bien el motivo de tu largo silencio,
que te pinta como lirio con pétalos de rosa,
o como miel que fluye por los riachuelos:
el querer alargar el dichoso encuentro,
es la musa que te inspira a aumentar nuestro fuego.
 
Tu estrategia ha funcionado, he de reconocerlo,
nuestras mentes siempre idean el momento de pasión,
el segundo en que reposas tu cabeza sobre mi pecho,
el instante en que tú duermes, mientras yo te contemplo.
 
Tantas veces he tenido yo tu cuerpo sobre el mío,
susurrando tú mi nombre, a mi oído en disposición,
que siempre muy dispuesto, disfruta tu melodía,
susurrando tú mi nombre, sonriendo de alegría.
Oh mujer, ya cercana, bella y radiante,
acércate con prisa, déjame amarte.

A veces solemos dudar

A veces solemos dudar,
Pensamos que somos débiles, que todo anda mal,
Dudamos y dudamos, nos llenamos del mal,
El miedo terrible a luchar hasta el final.

Como humanos creemos que nuestra mortandad,
Impone cadenas sobre la libertad,
Limita el recelo por la igualdad,
Clausura el camino a la felicidad.

Llenando de dioses esta humilde canción,
Que es nuestra vida, libre creación,
Intentamos responder las preguntas que en fin,
Tienen respuesta en nuestro corazón gentil.

Buscando espejos para reflejar la luz,
El rayo que busca ser nuestro gurú,
Tristemente lo alejamos con intensa inquietud,
Temiendo descubrir nuestra innata virtud.

Y cómo podríamos nosotros decir,
Nunca nos fue entregada la llave de nuestro sufrir,
Si en las manos nos fue dada por un ente gentil,
Yavé nos la daba y no la tomamos por devenir.

Como humanos pensamos que nuestra sencillez,
Aplica altos impuestos sobre la ferviente fe,
Haciéndola un lujo que no se puede contraer,
Siendo ella un activo que podemos poseer.

Buscando demonios donde no hay maldición,
Viendo conspiraciones donde no hay traición,
Oyendo murmullos donde no hay dicción,
Hacemos un drama de esta humilde canción.

Creyendo que no ha habido consideración,
Juzgamos a la vida con férreo rencor,
Buscamos escudos, buscamos dolor,
Nos victimizamos por nuestro temor.

Llenando de dioses esta humilde canción,
Que es nuestra vida, libre creación,
Buscamos completar los rompecabezas que en fin,
Son completados por el diario vivir.

Es por ello que al momento en que suena el tambor,
El coro potente, el canto creador,
Perecen los muertos, despierta el Creador,
Reviven los vivos en una nueva creación.

Debido a esto las caballerías inician su marcha,
y el rayo y el fuego se funden con pasión,
el hombre despierta su brío interior,
la fuerza indomable que siempre requirió.

Entre todos los seres de la creación,
A pesar de las dudas y la traición,
El hombre recibe el título mayor,
Señor de las bestias, del mundo y la razón.

Ya no importa que se cierren las puertas en nuestras caras,
Ni que el mar se levante para robar nuestra paz,
Ya que somos nosotros quienes tenemos la esperanza,
La fuerza de cambiar al mundo, que es nuestra fértil casa.

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Yo soy un humilde carpintero, al que lo han buscado para construir un sueño. Me dijeron: «Quiero que me hagas una torre  que suba a las estr...